En ese
momento no me dolía la cabeza. Pero no recordaba por qué estaba ahí, ni sabía
con certeza en dónde estaba. Reconocí algunos fragmentos de muchos lugares en
los que había estado pero ninguno era ESE sitio. En el momento no me preocupó,
no tenía ninguna incertidumbre, sentí que todas las dudas estaban resueltas. Al
principio estaba sola, estoy segura de eso, estaba completamente sola y no
había más ruido que el de mi respiración. Entonces me di cuenta de que no había
parpadeado, no sé por qué lo pensé, a veces uno reflexiona sobre ese tipo de
cosas obvias, pero en ese momento, de repente, caí en cuenta de aquello y me
llamó la atención porque mis ojos no dolían y no se asomó siquiera una lágrima.
Entonces
parpadeé y apareció alguien, en pantaloneta, con un esqueleto y un par de
audífonos. Lo miré pero él no a mí. Parpadeé una vez más y apareció un muchacho
fumando sobre una banca al lado mío, no sé si la banca ya estaba ahí, pero creo
que sí. Lo miré como diciéndole que quitara eso que me fastidiaba el humo, pero
en verdad no olía a nada, y él ni siquiera se dio cuenta de que yo lo estaba
viendo porque siguió fumando mirando hacia al frente y el único momento en que
puso su mirada sobre mí, lo hizo a la altura de mi pecho y como mirando a
través de mí.
Guiñé una vez
más mientras lo miraba a los ojos, entonces él sin girar la mirada empezó a
mover la mano y sonrío. ¡Me estaba saludando! Me acerqué entusiasmada mientras
le sonreía, pero él siguió sonriendo y saludando, entonces me giré y vi que
venía una chica, pero tampoco ella me veía. Entonces parpadeé muchas veces
seguidas enloquecida porque alguien me reconociera y cuando decidí que era
suficiente, estaba rodeada de mucha gente, pero nadie me vio, pasaban a través
de mí, botaban objetos cerca de mí y hasta una pareja se besó dentro de mi
cabeza, los escuché dentro, pero no dolió.
Me alejé
hasta donde no había nadie. Y fue entonces que lo descubrí, vi a un muchacho a
los ojos y supe que perdería el año, vi al corredor en pantaloneta y él se
estrellaría, vi a una anciana que iba a perder la vista pronto, vi al futuro a
los ojos. Entonces todos me miraron, el millón de personas en el cuarto,
miraron indiferentes, no había en sus ojos más que vacío. Parpadeé y
desaparecieron.
Entonces
llegó el miedo y la angustia, el dolor en la cabeza, sentí mis ojos y por fin
sentí dolor; los cerré y di mil vueltas en la oscuridad pero no tocaba nada, ni
sentía mareo, sólo dolor, un dolor inmenso. Y no había nadie, quise gritar pero
sólo salió aire, por fin caí y me quedé una eternidad acompañada únicamente por
el dolor. Entonces abrí los ojos, sólo había un espejo, grande, enmarcado en
plata. Había una luz opaca sobre mí y de resto todo era oscuro. Entonces me vi
a los ojos y supe lo que me pasaría, estaba condenada al olvido absoluto, sabía
que no iba a quedar nada, y el miedo se hizo más grande, la cabeza iba a
estallar. Escuché las voces de mi mamá, las risas de mi hermanita y lloré,
lloré muchísimo porque todo eso lo olvidaría. El dolor no cesaba pero ya no
dolía en la cabeza, sino dentro, debajo de las costillas, como en el alma.
Ya me había
entregado al llanto por completo y entregado al olvido, cuando apareciste.
Sentí que siempre habías estado ahí, tomaste mi mano y secaste mis lágrimas, te
grité adolorida por no haberme protegido, y te recriminé por condenarme al
olvido. Pero no era tu culpa, no era culpa de nadie, me abrazaste y luego con
tu mano me tapaste los ojos, no veía nada pero me sentía protegida, aunque aún
dolía mucho dentro, hasta que me besaste; entonces se esfumó todo dolor y
olvidé al olvido.
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| La belle Irlandaise, 1865-66 Gustave Courbet |
Desapareciste
y yo también, para aparecer de nuevo en mi cuarto, con mis piernas temblando y
el rostro todo mojado. Eso fue hace muchos años, siempre deseé volver a verte
al menos sólo para agradecerte, pensarás que estoy loca por contarte todo esto
mientras dices no haberme visto antes. Pero por favor no me olvides ni tampoco
que yo ya te conocía. Estaba en deuda contigo, y si no fuera por ti, yo estaría
en el olvido.

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