“…tomar a
broma la muerte y transformar lo infinito en azar. Sólo se puede respirar en lo
más hondo de la ilusión. El mero hecho de ser es tan grave, que comparado con
él, Dios es pura bagatela”
E.C
E.C
Si
tengo que contar un principio sería en la casa de G. Pero estoy convencido de
que ahí no está el inicio, tampoco en mi
viaje en bus rumbo a su casa, ni en la planicie desértica o en el bosque… Me
decido por la casa de G.
Extrañamente
no recuerdo nada antes de elevar una copa frente a mí, pese a esforzarme. A la
copa le siguieron las gotas de ginebra, primero quemando la lengua y luego la
garganta produciendo un escalofrío que me hizo lanzar la copa al carajo, con
las últimas gotas aún dentro.
Temblando
me recosté sobre una pared azul y bajé la mirada. G. se fumó el último
cigarrillo sacando medio cuerpo por la ventana y charlando con un vacío de
cincuenta metros, a ratos me miraba buscando aprobación y yo, como podía con el
equilibrio de un bebé, inclinaba mi cabeza.
Ellas no llegaron nunca así que G. y yo bebimos
todo, aunque no sé quién estaba más borracho. En algún momento debió haber
música, pero no sé qué habrá sonado, ahora el equipo estaba medio roto porque
se había caído de la repisa, de todas maneras ninguno se molestó en apagarlo
para callar la estática.
Me dolía
la vejiga y quería ir al baño pero no lograba dar medio paso sin caer. G. giró
la cabeza y se rio de mi esfuerzo, tardé casi dos minutos en llegar al baño:
una eternidad. Al terminar caí al suelo. Tras sentirme en calma conmigo mismo,
me paré más tranquilo y con mejor equilibrio, estuve tres minutos frente al
espejo tratando de reconocerme, me mordí los labios pero no los sentía y no
logré enfocar bien nada de mí, vi un reflejo desfigurado de quién creía ser,
ahora me doy cuenta que así es como me veía realmente.
Me lavé
la cara y al salir vi una nota sobre la mesa
TE ESPERO ABAJO
G.
Estaba
escrita en una servilleta y con lo que parecía ceniza de cigarrillo.
Tomé el
ascensor, apoyé mi espalda sobre la baranda detrás de mí y miré hacia la luz
del techo, no parpadeé, hasta que mis ojos cansados se encandelillaron y los
cerré de golpe, perdí el equilibrio y caí de nuevo. Las puertas se abrieron en
el parqueadero y a dos metros del ascensor había un taxi, la puerta de atrás
estaba abierta, vi a G. sentado en la silla trasera con las piernas estiradas
sobre el asiento reclinado del copiloto mirando hacia al frente, estiraba de
vez en cuando sus manos como tratando de agarrar algo detrás del panorámico que
yo no podía ver. Me subí, nadie dijo nada, y el taxi arrancó.
G. le
preguntó al taxista si podíamos fumar, el tipo dijo que sí, luego vino de nuevo
un silencio hasta que el hombre preguntó:
- Muchachos ¿Y ustedes nada de pepas?
Iba a
responder pero G. puso su mano derecha frente a mi cara y metió la izquierda en
su bolsillo, y fue ahí la primera vez que lo escuché…
- Las pepas son para novatos, hasta mi tío se mete unas de vez en cuando, dice que es un yahé sintético. Pero esto –dijo, mientras sacaba un paquete de su bolsillo- es hecho por dioses. Viene de Rusia.
- Las pepas son para novatos, hasta mi tío se mete unas de vez en cuando, dice que es un yahé sintético. Pero esto –dijo, mientras sacaba un paquete de su bolsillo- es hecho por dioses. Viene de Rusia.
El
conductor estiró la mano tratando de recibirlo pero agresivamente G. la haló
como si lo hubiera tocado una valla eléctrica y se refugió en un rincón del
taxi, el conductor me miró extrañado y yo sin decir nada miré hacia la calle.
Estábamos a unas cinco cuadras, pero desde el incidente, nadie dijo nada más, G.
se bajó, me dio un billete y se fue.
Cuando
bajé estaba rodeado de gente, había luces por todo lado, más o menos tres
vendedores ambulantes por local, y ruido, sobre todo ruido. G. sonrió y me dijo
“Listo, ya estamos en mi mundo” Prendí un cigarro y no dije nada. Empezó a
hablar emocionado, saludaba gente cada media cuadra y a veces me daba la
impresión de que se olvidaba de mi existencia, siempre que me invadía esta emoción
relajaba el paso y me atrasaba un poco, entonces él volvía acelerado y siempre
con nuevas promesas, que adonde íbamos habría modelos, trago gratis, zonas
V.I.P…
Entre
la multitud la vi y supe enseguida que era ella; llevaba casi dos años sin
verla pero era inconfundible. Me olvidé de G. y de sus promesas, anduve lo más
rápido que pude sin caer, me tropecé con un carro, pisé las manillas de un
vendedor de la calle e hice caer a varias personas. Seguí, desesperado,
tratando de organizar las palabras en frases “quizá podríamos beber algo, quizá
podríamos irnos juntos” pensé.
Ya no
estaba, miré en todas las direcciones, pero no la vi… Me hallaba rodeado de
gente pero estaba completamente solo. A veces creía verla de nuevo, pero no era
ella. Los ojos del mundo mostraban curiosidad, miedo, incluso en algunos
percibí asco; estar solo en la multitud es un crimen y se castiga con el
escarnio público.
Me hallé
sentado en una acera tratando de ubicarme porque olvidé a dónde iba, de repente
alguien me levantó por la camisa y metió un cigarro en mi boca; era G. iba a
darle explicaciones, pero se alejó caminando deprisa. Llegamos al sitio, pero
no había entrada, miré a G. con confianza y luego al portero tratando de indicarle
con quién estaba hablando, pero el tipo escupió al lado de mi pie y dijo que el
importante no era G. sino el hermano y que ni siquiera él podría entrar, que G.
no era nadie, nadie.
Vi en
los ojos de G. la furia, casi enseguida sacó el paquete de su bolsillo
izquierdo de nuevo y lo exhibió orgulloso a la luz de un farol, era blanco, me
pareció que hasta un aura luminosa lo rodeaba. Me miró con una sonrisa enferma
y avanzó hacia el norte por el andén. Iba muy rápido, traté muchas veces de
alcanzarle pero aún estaba mareado y me sentía cada vez más agotado, por fin
frenó en una esquina y cuando estuve más cerca pude oírlo susurrando “¿Que no
soy nadie? ¡Pobre infeliz!” Había desarmado un cigarrillo normal y lo había
llenado de lo que había en la bolsa, al principio pensé que era marihuana, pero
entonces dudé.
- Qué pena contigo te hago esta pregunta indiscreta ¿Tú fumas? – Dijo, enseñándome el cigarro y haciendo énfasis en la palabra “fumas”–
Enseguida
quise decirle la verdad, que nunca lo había hecho, pero entonces la recordé… Y
recordé su pérdida, estaba tan cerca, después de tanto tiempo y se me esfumó.
Miré al cigarrillo, todo se desvaneció alrededor, excepto los dedos de G.
- Claro.
Tomé el
cigarro y lo encendí. Tras la primera calada sentí un cosquilleo en la
garganta, con la segunda comenzó a expandirse, y fue algo similar a la
anestesia pero muy dentro, y placentero. El placer de la insensibilidad. G. me
arrancó el cigarro de las manos.
- Te lo fumas demasiado rápido, esto no es tabaco, como te había dicho viene de Rusia. Es de lo más exclusivo en este campo, lo trajo un amigo mío… De mi hermano. Pero eres afortunado, eres exclusivo, y yo también. No somos donnadies ¡disfrútalo y vive!
- Te lo fumas demasiado rápido, esto no es tabaco, como te había dicho viene de Rusia. Es de lo más exclusivo en este campo, lo trajo un amigo mío… De mi hermano. Pero eres afortunado, eres exclusivo, y yo también. No somos donnadies ¡disfrútalo y vive!
Entonces
él fumó una calada y llegaron dos tipos a saludarlo, me lo entregó de vuelta y
me senté en la acera, cerré los ojos y sentí una tranquilidad profunda.
Al
abrirlos de nuevo miré a mi izquierda y había una indigente, empezó a hablarme
de la juventud, de los placeres de la vida y de lo afortunado que era, por el
mero hecho de ser. Yo no le decía nada, fumaba y le sonreía sin más. Entonces
tras un parpadeo vi en su rostro el rostro de ELLA, mirándome fijamente y sonriendo,
traté de acariciarla pero golpearon mi cabeza:
- ¿Qué crees que haces? ¿le vas a dar a esa vieja la gloria? ¡Es una ñera!
- ¿Qué crees que haces? ¿le vas a dar a esa vieja la gloria? ¡Es una ñera!
Me
quitó el cigarro y cuando miré de vuelta, ella estaba caminando jorobada sobre
el adoquín, entre la gente. Me quedé mirando en esa dirección, hasta que
desapareció. Sentí un quemón en la mano y recogí el cigarro del suelo, G. lo
había lanzado al piso retorciéndose entre carcajadas, se reían de mí, me
señalaban y hablaban en susurros.
Me paré
molesto, y fue ahí que estalló, vi un árbol frente a mí cerrándome el paso y
cuando fui a apoyarme en él se alejó trescientos metros, estuve a punto de
caer, miré hacia el suelo y vi mis pies a la altura de mis hombros y mis manos
hundidas en un asfalto que era muy profundo; cerré los ojos tratando de escapar
a ese sinrazón pero sobre el fondo negro se dibujaron las siluetas de un par de
guerreros toltecas que venían hacia mí y la única manera de huir era abriendo
los ojos, perdiéndome en el laberinto de luces y desproporciones.
Desesperado
caminé, pero no iba a ningún sitio, trataba de hablar pero las palabras se
enredaban en la garganta y sólo salía un sonido grotesco y desfigurado de entre
mis labios. Me así al asfalto con fuerza como si fuera arena, lastimé mis dedos
y mis manos, quería sentir el mundo, traté de recordar los nombres de las
personas que conocía, de los lugares importantes, o los libros pero no apareció
nada, ni entonces, ni ahora… sólo el rostro de ella, fugaz, entre una y otra
imagen. Me aferré con los ojos llorosos a lo que creo que era un árbol y sentí
cómo se contraía mi estómago, entonces abrí la boca y sentí un fuego intenso
atravesarme la garganta.
Me
encontraba encandelillado y sordo. Una luz blanca que cubría toda la visión. Un
pito agudo que resonaba al fondo de mi cabeza. Luego la luz empezó a
desvanecerse y pude ver algunas siluetas dibujadas sobre el horizonte. Un
movimiento constante, arriba, abajo, arriba, abajo.
Recuperé
por completo la visión y vi con mayor detalle que nunca, pero mi vista se
hallaba interrumpida por el constante movimiento, no podía detenerme y por lo
mismo no podía enfocar ningún objeto. Un salto, otro salto, otro salto más.
El pito
se fue haciendo más y más leve hasta que pude escuchar el sonido de mis pies
sobre la arena acompañado de muchos otros pies. Me sentí más fuerte y alto.
Traté de mirar a los lados pero no pude al principio. Miré hacia el cielo y lo
vi completamente despejado, el sol estaba sobre mí y destellaba con fuerza pero
no sentí calor.
Al
mirar al piso debí sorprenderme, debí extrañarme, horrorizarme al hallar una
bolsa en mi estómago, como cosida a mi piel; o al ver las enormes patas que
llevaba ahora en lugar de pies. Pero no hubo la más mínima sorpresa. Estaba
convencido de que llevaba toda mi vida saltando.
Esforzándome
pude mirar a la izquierda para ver otros como yo, saltando rítmicamente sobre
la arena, mirando al frente con presencia. Desconcertado sobre mi rumbo me
detuve, mis semejantes también, de la parte de adelante vino el más grande,
golpeó con su pata izquierda tres veces el suelo y entendí que estábamos
buscando comida para las crías y las madres. Respondí golpeando con mi pata
derecha el suelo una vez y continuamos hacia adelante.
De
cuando en cuando el líder gruñía y nos deteníamos a buscar el riachuelo que
indicaba. Bebíamos agua, buscábamos en grupo la pradera más cercana y comíamos.
No encontramos una que fuera lo suficientemente grande como para tomar muchas
plantas para llevar, entonces seguíamos buscando.
Llegó
la noche y nos agrupamos cerca de una pradera pequeña; luego dormimos. Cuando
desperté ya había algunos en pie, los otros se levantaron rápidamente y
reiniciamos nuestra búsqueda. Anduvimos saltando por el desierto mucho tiempo
sin hallar una pradera siquiera, gruñí pero los demás no tenían hambre ni sed.
Reiniciaron
su camino pero yo no tenía fuerzas y no pude alcanzarlos. Vi la última silueta
desvanecerse entre la nube de arena que levantaba el grupo tras de sí. Traté de
acelerar pero no podía, anduve y anduve sin encontrar a nadie. Desesperado
golpeé el suelo con fuerza muchas veces y gruñí muy fuerte pero no apareció
nadie.
Estaba
a punto de caer cuando vi a lo lejos una pradera asomándose entre la llanura.
Aceleré y aunque parecía no acercarse nunca, llegué. Había árboles muy altos, con
enormes frutos colgando de sus ramas. En el medio había un lago pequeño rodeado
de un alto prado y muchas aves se encontraban bebiendo de sus aguas. Comí
muchísimo, hasta saciar el hambre. Luego me acerqué al lago, las aves huyeron
despavoridas, empecé a beber y a beber. De repente sentí un susurro a mis
espaldas, me giré rápidamente pero no vi nada.
Sigilosamente caminé entre el
prado hasta que vi sus ojos negros, mirándome desde la hierba espesa, traté de
saltar pero mis piernas se hallaban en el agua y no conseguí avanzar mucho.
La
primera mordida vino a la cola, pero conseguí patearlo lejos. Herido traté de
andar, pero no lo conseguí, luego vi otro con manchas negras sobre su lomo, y al
tiempo salieron dos más. Luché desesperado cuando se abalanzaron sobre mí.
Sentí el cuerpo lleno de llagas y cuando caí un ardor en la nuca y sus ojos
mirándome fijamente, la visión empezó a esfumarse de nuevo, hasta que todo fue
oscuridad.
Primero
me hallaba acomodado sobre una hoja, en el tope del árbol, y podía verlo todo; hasta
donde los pinos se fundían con el horizonte. Luego empezaba a escurrirme,
lentamente hasta llegar a la punta de la hoja, luego caía. Sentía el viento
acariciarme todo con fuerza hasta que caía sobre la siguiente hoja, entonces me
hacía uno con mis hermanas. Luego nos separábamos de nuevo, y me escurría otra
vez. Al caer de vez en cuando espantaba algún pájaro, pero al final siempre
sentía una hoja que tomaba un poco de mí y que a cambio me llenaba de
tranquilidad hasta caer de nuevo.
Cada
vez el suelo estaba más cerca, cada vez tenía menos fuerzas. Al final terminaba
viendo al prado a los ojos e irremediablemente caía para estallar contra el
suelo. Y de nuevo al tope del árbol, de vuelta al principio. Caí muchas veces,
no puedo contarlas, no me aburría, todo era un proceso necesario, debía caer
para volver a empezar.
La
última vez caí más lento que de costumbre. Una hoja tras otra. Trataban de
aferrarme como sabiendo que no volvería, pero no lo conseguían. Esta vez no
estaba cerca al suelo antes de la última caída, sentí la altura hacerme más
fuerte, me acerqué rápidamente al suelo, pero no choqué con él; sino con la
lengua del hombre. Sentí los sabores de su vida, supe cuánto amaba el mango y
sentí la profunda sed que sentía. Entonces empecé a caer dentro de él,
percibiendo sus recuerdos y sus pensamientos hasta que me deslicé en su
garganta y luego todo fue, de nuevo, oscuridad.
Vino la
niebla, todo opaco. Supe que me hallaba en un sendero. La sombra de las ramas
cubría el camino y si se veía hacia al frente sólo se veía más camino, ramas y
adoquín. El aire era gris y frio. No tenía labios, no tenía cabeza, ni torso,
ni piernas. Tampoco podía escoger en qué dirección mirar. Simplemente me
deslizaba con el aire bajo el enramado.
Todo
era calma. Yo era parte de esa tranquilidad. Recorría el camino lentamente, y
aunque el paisaje era siempre el mismo sabía que iba a algún lado, pero no me
aterraba la idea de pasar la eternidad por ahí hasta alcanzar el sinfín del
mundo.
Apareció
el primer monumento: una gran quimera gris. El viento se detuvo y con él yo
también. Miré a sus ojos y en ellos pude ver grandes ejércitos fracasados, vi
al niño siendo golpeado por su padre, y al cobarde ladrón de ancianos. Quise
subirme a sus alas y vengar a los caídos, pero no pude moverme. Bajo sus garras
vi la tierra manchada con sangre y cuando me proponía a ver su rostro, de nuevo
una fuerte ráfaga de viento me impulsó sobre el camino.
Me
deslicé sobre el pasaje rápidamente, hasta que de golpe el viento se detuvo en
seco. Me hallé frente a la estatua de La Bailarina. Se hallaba muy alto, sus
brazos desplegados en un armonioso movimiento que sería conservado hasta la
eternidad. Su fina y delgada cadera en el medio. No podía ver su rostro.
Únicamente apoyaba un pie sobre una bola de cristal, el otro lo estiraba con
belleza hacia un extremo. Al ver la bola vi a las multitudes gritando sobre
gradas, frente a ellos el gran orbe de cristal. Exclamaban por ídolos efímeros:
los músicos sin talento, los deportistas de revista y los actores políticos. Enseguida
la multitud envejecía, pero los gritos no se acallaban. Los vi morir sobre las
gradas, los vi caer, pero el ruido no cesó. Una ráfaga me elevó sobre el
enramado y desde allí pude ver el rostro de la Bailarina, su sonrisa de mármol
desfigurada y las lágrimas de sangre seca sobre sus mejillas.
El
viento me empujó lejos, lejísimos, hasta que el impulso me detuvo. La vi de
nuevo, como ya dije, es inconfundible. La vi andar bajo los árboles, con su
bella sonrisa, y sus ojos azules que brillaban con fuerza en medio del gris. No
pude encontrarla, pero ella sí a mí. Me halló allí, sin un cuerpo que abrazar,
sin unos labios que besar, pero yo podía verla y escucharla. Aunque ella no
sabía que me había encontrado. Rápidamente empezó a andar, fue el único momento
en el que dejé de ser tranquilidad, corriendo avanzó hacia mí hasta que bajo la
suela de su zapato reventé.
¿Qué si
le temo a la muerte? Es a lo que menos le temo, la tomo a broma porque ella no
puede hallarme. Nazco cuando inician estas líneas pero no sé cuándo moriré. Me
encuentro disipado en el infinito y ya he perdido todo. Hallo forma cuando
estas palabras se encuentran detrás de un par de ojos o retumban tras unos
oídos y en algún lugar ahí dentro soy algo más que una voz. Estas palabras
existen porque aquí es donde me encuentro. No sé si he tenido mil formas o
ninguna.
Ella
está en alguna parte pero ya no me busca, y no hay cómo encontrarme. Ya no
tengo ningún sentido. Quemen estas líneas, ahoguen mis palabras con música
estridente. Pensaría que ese es el fin y que ahora sería libre. Pero la verdad
es más triste, aunque se queme el papel y aunque el ruido acalle mi voz, no
moriré porque me he fundido con la persona detrás del papel.
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