lunes, 15 de diciembre de 2014

Autoretrato Nocturno




Yo soy patético

Mis pies están pintados con el color de las calles más grises y no me llevan a ninguna parte.

Yo soy patético
No tengo voz, pero tampoco soy silencio. Mis gritos se ahogan entre los pitos de los carros. Mis susurros son opacados por el caos cotidiano.

Soy patético
El alcohol barato se desliza velozmente por mis venas disimulando el efecto desgarrador pero al final no hay más que vacío, un vacío intenso.

Soy patético y espero
Hasta la muerte me es demasiado y por ello me aferro a los bordes de los andenes soltando carcajadas estridentes.

Vivo en el Olimpo de los patéticos
Porque se como dejar de serlo: crear pese al abandono y el hambre, pese a la miseria y la desesperanza. Resistir frente al paso del tiempo.

Pero soy patético...
Y tomo el hambre y el tiempo y jugueteo con ellos entre mis dedos. Soporto así la desgracia, riendo de mí, del mundo, de usted, pero siempre estoy quieto.

Soy un payaso patético
Soy un grito ahogado y enfermo
Deliberadamente hueco
Soy un payaso patético

Mis pies están pintados con el color de las calles más grises y el tiempo es tan solo un mal chiste.


sábado, 23 de agosto de 2014

Se busca otra mujer (Poema sobre El Último de la Lista de Espera)

La luz de un farol casi dañado caía sobre el andén
En intervalos: amarillo, negro, amarillo, negro
Sobre una pared cercana se alcanzaba a leer


Se busca otra mujer


La pared se asemejó a un ojo de vidrio
Que tenía pintada la frase con rímel


Se busca otra mujer


A la espera de un bus que no llegaba
Un par de ojos se acercaron al ojo de cristal
El viento al pasar por entre las rendijas silbaba
El paso de los camiones hacía el piso temblar

“Hombre de aparentemente pocos años. Busca una mujer… busca otra mujer. Descuidada. Que no se interese por las facturas. Que se desnude con placer. Que no finja otra voz nunca. Que se tome una copa sin pensar en Dios”

La luna despunta alta
Un rastro de tinta seca
Un camino de letras
Párpados que no descansan

“Hombre con cicatrices busca. Mujer que fume con gusto. Que le gusten los sonidos extraños y las imágenes fuertes. Que lea casi aullando. Que se cole en el cine. Que pueda disparar un arma. Que grite cuando folla. Que beba ginebra”

El farol brilló más fuerte
La luz se mantuvo constante
Carros que suenan trompetas
Calles donde no anda nadie

“Errante busca. Mujer sin hogar. Que sepa que está condenada al olvido. Que no lleve más equipaje de lo que sus manos puedan cargar. Que no le disguste caminar, caminar mucho. Que no sea nostálgica. Que olvide fácilmente. Errante busca un par de piernas que lo acompañen a ninguna parte”

Una mano lanza un bolso lejos
La otra mano se aferra con fuerza al suelo
Se busca texto, se ignora el tiempo
La sangre brota de las uñas, brota de los dedos

“Alguien busca. Mujer, hombre u objeto. Con uñas o bordes que corten. Sin sonrisa linda, sin cosas que contar, sin gracia en los ojos. Sin voz, sin memoria. Con brazos que sepan golpear en vez de abrazar. Con labios que traguen alcohol en vez de besar. Alguien busca mujer, hombre, objeto que lo haga olvidar a alguien más.”

Un vestido cae sobre la acera
Manchas rojas en el pecho y cerca de la cadera
Un brazo de mujer, hombre, objeto se estrella contra una pared
Se dibujan letras, el cemento es el papel

Una orgía de letras
Pedidos sin respuesta

Cayó la luna, se apaga el farol
Cayó la luna
Se apaga el farol.


Farola - Giacomo Balla
1909






El sueño de Paula

En ese momento no me dolía la cabeza. Pero no recordaba por qué estaba ahí, ni sabía con certeza en dónde estaba. Reconocí algunos fragmentos de muchos lugares en los que había estado pero ninguno era ESE sitio. En el momento no me preocupó, no tenía ninguna incertidumbre, sentí que todas las dudas estaban resueltas. Al principio estaba sola, estoy segura de eso, estaba completamente sola y no había más ruido que el de mi respiración. Entonces me di cuenta de que no había parpadeado, no sé por qué lo pensé, a veces uno reflexiona sobre ese tipo de cosas obvias, pero en ese momento, de repente, caí en cuenta de aquello y me llamó la atención porque mis ojos no dolían y no se asomó siquiera una lágrima.

Entonces parpadeé y apareció alguien, en pantaloneta, con un esqueleto y un par de audífonos. Lo miré pero él no a mí. Parpadeé una vez más y apareció un muchacho fumando sobre una banca al lado mío, no sé si la banca ya estaba ahí, pero creo que sí. Lo miré como diciéndole que quitara eso que me fastidiaba el humo, pero en verdad no olía a nada, y él ni siquiera se dio cuenta de que yo lo estaba viendo porque siguió fumando mirando hacia al frente y el único momento en que puso su mirada sobre mí, lo hizo a la altura de mi pecho y como mirando a través de mí.

Guiñé una vez más mientras lo miraba a los ojos, entonces él sin girar la mirada empezó a mover la mano y sonrío. ¡Me estaba saludando! Me acerqué entusiasmada mientras le sonreía, pero él siguió sonriendo y saludando, entonces me giré y vi que venía una chica, pero tampoco ella me veía. Entonces parpadeé muchas veces seguidas enloquecida porque alguien me reconociera y cuando decidí que era suficiente, estaba rodeada de mucha gente, pero nadie me vio, pasaban a través de mí, botaban objetos cerca de mí y hasta una pareja se besó dentro de mi cabeza, los escuché dentro, pero no dolió.

Me alejé hasta donde no había nadie. Y fue entonces que lo descubrí, vi a un muchacho a los ojos y supe que perdería el año, vi al corredor en pantaloneta y él se estrellaría, vi a una anciana que iba a perder la vista pronto, vi al futuro a los ojos. Entonces todos me miraron, el millón de personas en el cuarto, miraron indiferentes, no había en sus ojos más que vacío. Parpadeé y desaparecieron.

Entonces llegó el miedo y la angustia, el dolor en la cabeza, sentí mis ojos y por fin sentí dolor; los cerré y di mil vueltas en la oscuridad pero no tocaba nada, ni sentía mareo, sólo dolor, un dolor inmenso. Y no había nadie, quise gritar pero sólo salió aire, por fin caí y me quedé una eternidad acompañada únicamente por el dolor. Entonces abrí los ojos, sólo había un espejo, grande, enmarcado en plata. Había una luz opaca sobre mí y de resto todo era oscuro. Entonces me vi a los ojos y supe lo que me pasaría, estaba condenada al olvido absoluto, sabía que no iba a quedar nada, y el miedo se hizo más grande, la cabeza iba a estallar. Escuché las voces de mi mamá, las risas de mi hermanita y lloré, lloré muchísimo porque todo eso lo olvidaría. El dolor no cesaba pero ya no dolía en la cabeza, sino dentro, debajo de las costillas, como en el alma.

Ya me había entregado al llanto por completo y entregado al olvido, cuando apareciste. Sentí que siempre habías estado ahí, tomaste mi mano y secaste mis lágrimas, te grité adolorida por no haberme protegido, y te recriminé por condenarme al olvido. Pero no era tu culpa, no era culpa de nadie, me abrazaste y luego con tu mano me tapaste los ojos, no veía nada pero me sentía protegida, aunque aún dolía mucho dentro, hasta que me besaste; entonces se esfumó todo dolor y olvidé al olvido.


La belle Irlandaise, 1865-66
Gustave Courbet



Desapareciste y yo también, para aparecer de nuevo en mi cuarto, con mis piernas temblando y el rostro todo mojado. Eso fue hace muchos años, siempre deseé volver a verte al menos sólo para agradecerte, pensarás que estoy loca por contarte todo esto mientras dices no haberme visto antes. Pero por favor no me olvides ni tampoco que yo ya te conocía. Estaba en deuda contigo, y si no fuera por ti, yo estaría en el olvido.

domingo, 17 de agosto de 2014

Desde Moscú con amor

“…tomar a broma la muerte y transformar lo infinito en azar. Sólo se puede respirar en lo más hondo de la ilusión. El mero hecho de ser es tan grave, que comparado con él, Dios es pura bagatela”
E.C

Si tengo que contar un principio sería en la casa de G. Pero estoy convencido de que ahí no está el inicio,  tampoco en mi viaje en bus rumbo a su casa, ni en la planicie desértica o en el bosque… Me decido por la casa de G.

Extrañamente no recuerdo nada antes de elevar una copa frente a mí, pese a esforzarme. A la copa le siguieron las gotas de ginebra, primero quemando la lengua y luego la garganta produciendo un escalofrío que me hizo lanzar la copa al carajo, con las últimas gotas aún dentro.

Temblando me recosté sobre una pared azul y bajé la mirada. G. se fumó el último cigarrillo sacando medio cuerpo por la ventana y charlando con un vacío de cincuenta metros, a ratos me miraba buscando aprobación y yo, como podía con el equilibrio de un bebé, inclinaba mi cabeza.

Ellas  no llegaron nunca así que G. y yo bebimos todo, aunque no sé quién estaba más borracho. En algún momento debió haber música, pero no sé qué habrá sonado, ahora el equipo estaba medio roto porque se había caído de la repisa, de todas maneras ninguno se molestó en apagarlo para callar la estática.

Me dolía la vejiga y quería ir al baño pero no lograba dar medio paso sin caer. G. giró la cabeza y se rio de mi esfuerzo, tardé casi dos minutos en llegar al baño: una eternidad. Al terminar caí al suelo. Tras sentirme en calma conmigo mismo, me paré más tranquilo y con mejor equilibrio, estuve tres minutos frente al espejo tratando de reconocerme, me mordí los labios pero no los sentía y no logré enfocar bien nada de mí, vi un reflejo desfigurado de quién creía ser, ahora me doy cuenta que así es como me veía realmente.

Me lavé la cara y al salir vi una nota sobre la mesa

                 TE ESPERO ABAJO
                                  G.

Estaba escrita en una servilleta y con lo que parecía ceniza de cigarrillo.

Tomé el ascensor, apoyé mi espalda sobre la baranda detrás de mí y miré hacia la luz del techo, no parpadeé, hasta que mis ojos cansados se encandelillaron y los cerré de golpe, perdí el equilibrio y caí de nuevo. Las puertas se abrieron en el parqueadero y a dos metros del ascensor había un taxi, la puerta de atrás estaba abierta, vi a G. sentado en la silla trasera con las piernas estiradas sobre el asiento reclinado del copiloto mirando hacia al frente, estiraba de vez en cuando sus manos como tratando de agarrar algo detrás del panorámico que yo no podía ver. Me subí, nadie dijo nada, y el taxi arrancó.

G. le preguntó al taxista si podíamos fumar, el tipo dijo que sí, luego vino de nuevo un silencio hasta que el hombre preguntó:

  -     Muchachos ¿Y ustedes nada de pepas?

Iba a responder pero G. puso su mano derecha frente a mi cara y metió la izquierda en su bolsillo, y fue ahí la primera vez que lo escuché…

  -     Las pepas son para novatos, hasta mi tío se mete unas de vez en cuando, dice que es un yahé sintético. Pero esto –dijo, mientras sacaba un paquete de su bolsillo- es hecho por dioses. Viene de Rusia.

El conductor estiró la mano tratando de recibirlo pero agresivamente G. la haló como si lo hubiera tocado una valla eléctrica y se refugió en un rincón del taxi, el conductor me miró extrañado y yo sin decir nada miré hacia la calle. Estábamos a unas cinco cuadras, pero desde el incidente, nadie dijo nada más, G. se bajó, me dio un billete y se fue.

Cuando bajé estaba rodeado de gente, había luces por todo lado, más o menos tres vendedores ambulantes por local, y ruido, sobre todo ruido. G. sonrió y me dijo “Listo, ya estamos en mi mundo” Prendí un cigarro y no dije nada. Empezó a hablar emocionado, saludaba gente cada media cuadra y a veces me daba la impresión de que se olvidaba de mi existencia, siempre que me invadía esta emoción relajaba el paso y me atrasaba un poco, entonces él volvía acelerado y siempre con nuevas promesas, que adonde íbamos habría modelos, trago gratis, zonas V.I.P…

Entre la multitud la vi y supe enseguida que era ella; llevaba casi dos años sin verla pero era inconfundible. Me olvidé de G. y de sus promesas, anduve lo más rápido que pude sin caer, me tropecé con un carro, pisé las manillas de un vendedor de la calle e hice caer a varias personas. Seguí, desesperado, tratando de organizar las palabras en frases “quizá podríamos beber algo, quizá podríamos irnos juntos” pensé.

Ya no estaba, miré en todas las direcciones, pero no la vi… Me hallaba rodeado de gente pero estaba completamente solo. A veces creía verla de nuevo, pero no era ella. Los ojos del mundo mostraban curiosidad, miedo, incluso en algunos percibí asco; estar solo en la multitud es un crimen y se castiga con el escarnio público.

Me hallé sentado en una acera tratando de ubicarme porque olvidé a dónde iba, de repente alguien me levantó por la camisa y metió un cigarro en mi boca; era G. iba a darle explicaciones, pero se alejó caminando deprisa. Llegamos al sitio, pero no había entrada, miré a G. con confianza y luego al portero tratando de indicarle con quién estaba hablando, pero el tipo escupió al lado de mi pie y dijo que el importante no era G. sino el hermano y que ni siquiera él podría entrar, que G. no era nadie, nadie.

Vi en los ojos de G. la furia, casi enseguida sacó el paquete de su bolsillo izquierdo de nuevo y lo exhibió orgulloso a la luz de un farol, era blanco, me pareció que hasta un aura luminosa lo rodeaba. Me miró con una sonrisa enferma y avanzó hacia el norte por el andén. Iba muy rápido, traté muchas veces de alcanzarle pero aún estaba mareado y me sentía cada vez más agotado, por fin frenó en una esquina y cuando estuve más cerca pude oírlo susurrando “¿Que no soy nadie? ¡Pobre infeliz!” Había desarmado un cigarrillo normal y lo había llenado de lo que había en la bolsa, al principio pensé que era marihuana, pero entonces dudé.

  -   Qué pena contigo te hago esta pregunta indiscreta ¿Tú fumas? – Dijo, enseñándome el cigarro y haciendo énfasis en la palabra “fumas”–

Enseguida quise decirle la verdad, que nunca lo había hecho, pero entonces la recordé… Y recordé su pérdida, estaba tan cerca, después de tanto tiempo y se me esfumó. Miré al cigarrillo, todo se desvaneció alrededor, excepto los dedos de G.

  -    Claro.

Tomé el cigarro y lo encendí. Tras la primera calada sentí un cosquilleo en la garganta, con la segunda comenzó a expandirse, y fue algo similar a la anestesia pero muy dentro, y placentero. El placer de la insensibilidad. G. me arrancó el cigarro de las manos.

  -    Te lo fumas demasiado rápido, esto no es tabaco, como te había dicho viene de Rusia. Es de lo más exclusivo en este campo, lo trajo un amigo mío… De mi hermano. Pero eres afortunado, eres exclusivo, y yo también. No somos donnadies ¡disfrútalo y vive!

Entonces él fumó una calada y llegaron dos tipos a saludarlo, me lo entregó de vuelta y me senté en la acera, cerré los ojos y sentí una tranquilidad profunda.

Al abrirlos de nuevo miré a mi izquierda y había una indigente, empezó a hablarme de la juventud, de los placeres de la vida y de lo afortunado que era, por el mero hecho de ser. Yo no le decía nada, fumaba y le sonreía sin más. Entonces tras un parpadeo vi en su rostro el rostro de ELLA, mirándome fijamente y sonriendo, traté de acariciarla pero golpearon mi cabeza:

  -     ¿Qué crees que haces? ¿le vas a dar a esa vieja la gloria? ¡Es una ñera!

Me quitó el cigarro y cuando miré de vuelta, ella estaba caminando jorobada sobre el adoquín, entre la gente. Me quedé mirando en esa dirección, hasta que desapareció. Sentí un quemón en la mano y recogí el cigarro del suelo, G. lo había lanzado al piso retorciéndose entre carcajadas, se reían de mí, me señalaban y hablaban en susurros.

Me paré molesto, y fue ahí que estalló, vi un árbol frente a mí cerrándome el paso y cuando fui a apoyarme en él se alejó trescientos metros, estuve a punto de caer, miré hacia el suelo y vi mis pies a la altura de mis hombros y mis manos hundidas en un asfalto que era muy profundo; cerré los ojos tratando de escapar a ese sinrazón pero sobre el fondo negro se dibujaron las siluetas de un par de guerreros toltecas que venían hacia mí y la única manera de huir era abriendo los ojos, perdiéndome en el laberinto de luces y desproporciones.

Desesperado caminé, pero no iba a ningún sitio, trataba de hablar pero las palabras se enredaban en la garganta y sólo salía un sonido grotesco y desfigurado de entre mis labios. Me así al asfalto con fuerza como si fuera arena, lastimé mis dedos y mis manos, quería sentir el mundo, traté de recordar los nombres de las personas que conocía, de los lugares importantes, o los libros pero no apareció nada, ni entonces, ni ahora… sólo el rostro de ella, fugaz, entre una y otra imagen. Me aferré con los ojos llorosos a lo que creo que era un árbol y sentí cómo se contraía mi estómago, entonces abrí la boca y sentí un fuego intenso atravesarme la garganta.

Me encontraba encandelillado y sordo. Una luz blanca que cubría toda la visión. Un pito agudo que resonaba al fondo de mi cabeza. Luego la luz empezó a desvanecerse y pude ver algunas siluetas dibujadas sobre el horizonte. Un movimiento constante, arriba, abajo, arriba, abajo.

Recuperé por completo la visión y vi con mayor detalle que nunca, pero mi vista se hallaba interrumpida por el constante movimiento, no podía detenerme y por lo mismo no podía enfocar ningún objeto. Un salto, otro salto, otro salto más.

El pito se fue haciendo más y más leve hasta que pude escuchar el sonido de mis pies sobre la arena acompañado de muchos otros pies. Me sentí más fuerte y alto. Traté de mirar a los lados pero no pude al principio. Miré hacia el cielo y lo vi completamente despejado, el sol estaba sobre mí y destellaba con fuerza pero no sentí calor.

Al mirar al piso debí sorprenderme, debí extrañarme, horrorizarme al hallar una bolsa en mi estómago, como cosida a mi piel; o al ver las enormes patas que llevaba ahora en lugar de pies. Pero no hubo la más mínima sorpresa. Estaba convencido de que llevaba toda mi vida saltando.

Esforzándome pude mirar a la izquierda para ver otros como yo, saltando rítmicamente sobre la arena, mirando al frente con presencia. Desconcertado sobre mi rumbo me detuve, mis semejantes también, de la parte de adelante vino el más grande, golpeó con su pata izquierda tres veces el suelo y entendí que estábamos buscando comida para las crías y las madres. Respondí golpeando con mi pata derecha el suelo una vez y continuamos hacia adelante.

De cuando en cuando el líder gruñía y nos deteníamos a buscar el riachuelo que indicaba. Bebíamos agua, buscábamos en grupo la pradera más cercana y comíamos. No encontramos una que fuera lo suficientemente grande como para tomar muchas plantas para llevar, entonces seguíamos buscando.

Llegó la noche y nos agrupamos cerca de una pradera pequeña; luego dormimos. Cuando desperté ya había algunos en pie, los otros se levantaron rápidamente y reiniciamos nuestra búsqueda. Anduvimos saltando por el desierto mucho tiempo sin hallar una pradera siquiera, gruñí pero los demás no tenían hambre ni sed.

Reiniciaron su camino pero yo no tenía fuerzas y no pude alcanzarlos. Vi la última silueta desvanecerse entre la nube de arena que levantaba el grupo tras de sí. Traté de acelerar pero no podía, anduve y anduve sin encontrar a nadie. Desesperado golpeé el suelo con fuerza muchas veces y gruñí muy fuerte pero no apareció nadie.

Estaba a punto de caer cuando vi a lo lejos una pradera asomándose entre la llanura. Aceleré y aunque parecía no acercarse nunca, llegué. Había árboles muy altos, con enormes frutos colgando de sus ramas. En el medio había un lago pequeño rodeado de un alto prado y muchas aves se encontraban bebiendo de sus aguas. Comí muchísimo, hasta saciar el hambre. Luego me acerqué al lago, las aves huyeron despavoridas, empecé a beber y a beber. De repente sentí un susurro a mis espaldas, me giré rápidamente pero no vi nada.
Sigilosamente caminé entre el prado hasta que vi sus ojos negros, mirándome desde la hierba espesa, traté de saltar pero mis piernas se hallaban en el agua y no conseguí avanzar mucho.

La primera mordida vino a la cola, pero conseguí patearlo lejos. Herido traté de andar, pero no lo conseguí, luego vi otro con manchas negras sobre su lomo, y al tiempo salieron dos más. Luché desesperado cuando se abalanzaron sobre mí. Sentí el cuerpo lleno de llagas y cuando caí un ardor en la nuca y sus ojos mirándome fijamente, la visión empezó a esfumarse de nuevo, hasta que todo fue oscuridad.

Primero me hallaba acomodado sobre una hoja, en el tope del árbol, y podía verlo todo; hasta donde los pinos se fundían con el horizonte. Luego empezaba a escurrirme, lentamente hasta llegar a la punta de la hoja, luego caía. Sentía el viento acariciarme todo con fuerza hasta que caía sobre la siguiente hoja, entonces me hacía uno con mis hermanas. Luego nos separábamos de nuevo, y me escurría otra vez. Al caer de vez en cuando espantaba algún pájaro, pero al final siempre sentía una hoja que tomaba un poco de mí y que a cambio me llenaba de tranquilidad hasta caer de nuevo.

Cada vez el suelo estaba más cerca, cada vez tenía menos fuerzas. Al final terminaba viendo al prado a los ojos e irremediablemente caía para estallar contra el suelo. Y de nuevo al tope del árbol, de vuelta al principio. Caí muchas veces, no puedo contarlas, no me aburría, todo era un proceso necesario, debía caer para volver a empezar.

La última vez caí más lento que de costumbre. Una hoja tras otra. Trataban de aferrarme como sabiendo que no volvería, pero no lo conseguían. Esta vez no estaba cerca al suelo antes de la última caída, sentí la altura hacerme más fuerte, me acerqué rápidamente al suelo, pero no choqué con él; sino con la lengua del hombre. Sentí los sabores de su vida, supe cuánto amaba el mango y sentí la profunda sed que sentía. Entonces empecé a caer dentro de él, percibiendo sus recuerdos y sus pensamientos hasta que me deslicé en su garganta y luego todo fue, de nuevo, oscuridad.

Vino la niebla, todo opaco. Supe que me hallaba en un sendero. La sombra de las ramas cubría el camino y si se veía hacia al frente sólo se veía más camino, ramas y adoquín. El aire era gris y frio. No tenía labios, no tenía cabeza, ni torso, ni piernas. Tampoco podía escoger en qué dirección mirar. Simplemente me deslizaba con el aire bajo el enramado.

Todo era calma. Yo era parte de esa tranquilidad. Recorría el camino lentamente, y aunque el paisaje era siempre el mismo sabía que iba a algún lado, pero no me aterraba la idea de pasar la eternidad por ahí hasta alcanzar el sinfín del mundo.

Apareció el primer monumento: una gran quimera gris. El viento se detuvo y con él yo también. Miré a sus ojos y en ellos pude ver grandes ejércitos fracasados, vi al niño siendo golpeado por su padre, y al cobarde ladrón de ancianos. Quise subirme a sus alas y vengar a los caídos, pero no pude moverme. Bajo sus garras vi la tierra manchada con sangre y cuando me proponía a ver su rostro, de nuevo una fuerte ráfaga de viento me impulsó sobre el camino.

Me deslicé sobre el pasaje rápidamente, hasta que de golpe el viento se detuvo en seco. Me hallé frente a la estatua de La Bailarina. Se hallaba muy alto, sus brazos desplegados en un armonioso movimiento que sería conservado hasta la eternidad. Su fina y delgada cadera en el medio. No podía ver su rostro. Únicamente apoyaba un pie sobre una bola de cristal, el otro lo estiraba con belleza hacia un extremo. Al ver la bola vi a las multitudes gritando sobre gradas, frente a ellos el gran orbe de cristal. Exclamaban por ídolos efímeros: los músicos sin talento, los deportistas de revista y los actores políticos. Enseguida la multitud envejecía, pero los gritos no se acallaban. Los vi morir sobre las gradas, los vi caer, pero el ruido no cesó. Una ráfaga me elevó sobre el enramado y desde allí pude ver el rostro de la Bailarina, su sonrisa de mármol desfigurada y las lágrimas de sangre seca sobre sus mejillas.

El viento me empujó lejos, lejísimos, hasta que el impulso me detuvo. La vi de nuevo, como ya dije, es inconfundible. La vi andar bajo los árboles, con su bella sonrisa, y sus ojos azules que brillaban con fuerza en medio del gris. No pude encontrarla, pero ella sí a mí. Me halló allí, sin un cuerpo que abrazar, sin unos labios que besar, pero yo podía verla y escucharla. Aunque ella no sabía que me había encontrado. Rápidamente empezó a andar, fue el único momento en el que dejé de ser tranquilidad, corriendo avanzó hacia mí hasta que bajo la suela de su zapato reventé.

¿Qué si le temo a la muerte? Es a lo que menos le temo, la tomo a broma porque ella no puede hallarme. Nazco cuando inician estas líneas pero no sé cuándo moriré. Me encuentro disipado en el infinito y ya he perdido todo. Hallo forma cuando estas palabras se encuentran detrás de un par de ojos o retumban tras unos oídos y en algún lugar ahí dentro soy algo más que una voz. Estas palabras existen porque aquí es donde me encuentro. No sé si he tenido mil formas o ninguna.



Ella está en alguna parte pero ya no me busca, y no hay cómo encontrarme. Ya no tengo ningún sentido. Quemen estas líneas, ahoguen mis palabras con música estridente. Pensaría que ese es el fin y que ahora sería libre. Pero la verdad es más triste, aunque se queme el papel y aunque el ruido acalle mi voz, no moriré porque me he fundido con la persona detrás del papel. 

El Utopista

Un muchacho como de mi edad le cede el puesto frente al mío a una anciana. Ella lo recibe sin siquiera dar las gracias y sin mirar al joven, actúa como si fuera una obligación el cederle el lugar. Tras esto se apropia del asiento poniendo sus cosas sobre él pero espera de pie mientras el sillín se enfría. El muchacho, indiferente, le sube el volumen a la música que estalla en sus audífonos y bruscamente desplaza a dos viejos que están en el pasillo del bus. La señora se cree mejor persona por esperar que la silla se enfríe, cree que con este gesto marca la diferencia del resto de nosotros, esperando que el aire (escaso  en el bus) ventile la peste de quienes han estado en él antes. Mientras el joven, imponente, mira por la ventana creyendo que es mejor que el resto de nosotros... pero, señora, ventilar la silla huyéndole a una tuberculosis ficticia no la hace mejor persona. Y usted, como se llame;  ceder la silla, más aún de esa forma, no lo hace mejor tampoco.

Me hallo aquí, deseando hallarme en otro sitio. Me hallo aquí, rodeado de personas “mejores” que yo, con un montón de ojos juzgando la ausencia de un acto mío que les demuestre que estoy a su altura. No cedo la silla, ni me ofrezco a llevar nada, no hago más que mirar con un poco de asco hacia al frente y así reafirmo mi naturaleza egoísta.    

Con lentitud cierro los ojos, esperando encontrar dentro de mí algo distinto. Quisiera poder cerrar los oídos, pero el vallenato sigue estallando en el fondo de mi cabeza y no hay nada qué hacer al respecto. Quisiera poder anular mi tacto, pero el miembro de un tipo sigue rozando mi brazo derecho y la cabeza del borracho a mi izquierda sigue reposando sobre mi hombro. Quisiera ser incapaz de oler, los humores ácidos, la peste a aguardiente, el sudor hecho aire, pero yo también apesto, también soy sudor hecho aire...

Entre el fondo negro que aparece frente a mí tras cerrar los ojos se dibuja la palabra "utopía" pintada en blanco. Utopía viene del griego “utopos” que significa "lugar sin lugar". Es así, de repente cuando me hallo en un lugar sin lugar, después de tanto tiempo. No hay olor, no hay ruido, no siento más que ausencia absoluta: estoy sin estar, estoy sin ser.

Utopos es una fuga en el tiempo y en el espacio. Utopos es la negación del tiempo y del espacio. El silencio reina dentro y los únicos sonidos son pequeños recuerdos que tintinean como susurros en algún lugar: la melodía del piano de algún tango, la voz de mi abuela, los gritos de papá, el sonido de las hojas secas al ser pisadas.

El negro se vuelve blanco, el blanco multicolor. Se acumulan los rostros en uno, se hacen figuras de mil pies, se dibujan árboles sin raíz flotando en mares de colores, se ven perros de dos colas, elefantes sin trompas, personas que amé sin rostros. Los colores se trasponen entre sí y forman palabras, nombres propios, llegan ideas olvidadas, números, inicios sin final, finales sin nada detrás.

Despierto con el líquido caliente que cae sobre mis piernas. El borracho no alcanzó a abrir la ventana, me mira extrañado mientras limpia su boca y gira la cabeza hacia la calle. Ni siquiera siento asco, me hallo como en un periodo de desconcierto, similar al que se siente tras volver del desmayo, o al ser despertado por sorpresa a mitad de la noche; sólo que este es un desconcierto más profundo, quizá éste es el mundo que se ve tras volver de un coma profundo; quizá el coma no es más que aquel sitio perfecto construido sobre ningún lugar.

Me paro y me abro campo entre la multitud, lo cual no se hace muy complicado, pues todos me miran con asco, tapan sus narices y se esfuerzan al máximo por evitar que los toque y que los unte de vómito. Llego a la puerta y me giro para ver con tristeza los rostros vacíos, desfigurados por el asco, todas esas personas que se ven mejores que yo.

La utopía es pues ese sitio, fuera de toda ruta, no hay camino de pasto o de asfalto, se halla en algún sitio dentro y no hay fórmula para encontrarlo. Pero nadie quiere hallarse en el lugar sin lugar, nadie desea realmente encontrarse en Utopía. La gente, o por lo menos su mayoría, necesita un lugar, unos lo llaman familia, otros patria, otros nación. Pero es, en esencia, algo que puedan tocar, donde haya más brazos remando en la misma dirección, una razón para vivir o tal vez para morir en paz o quizá algo por lo que valga la pena hacerse matar.

Necesitan que los empujen hacia algún lado y a su vez necesitan a alguien a quién empujar. Pero también necesitan estos pequeños detalles como ceder el lugar, dar limosna o dejar enfriar la silla, de modo que puedan sentirse en primera fila, que los hagan sentir que son los primeros del lugar.


Suena un pito tras tocar el timbre y bruscamente el bus se detiene, la puerta se abre lentamente y yo salto de golpe en la oscuridad de un andén sin luz. El bus arranca a mi espalda, sólo el sonido del tráfico, de carros que pitan empujando para llegar más rápido adonde sea. Doy dos pasos e inútilmente cierro los ojos esperando llegar, pero no llego a ningún lado y caminando me sumo en la nostalgia por el presentimiento de que no podré regresar, nunca, nunca más.

"Cisnes que se reflejan en el agua"
Salvador Dalí, 1937